Un lugar llamado libertad by Ken Follett

Un lugar llamado libertad by Ken Follett

autor:Ken Follett [Follett, Ken]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1995-06-15T04:00:00+00:00


22

A Mack le extrañó no ver a Cora a su lado al despertar.

La joven jamás había permanecido fuera hasta el amanecer. Sólo llevaba dos semanas viviendo con ella y no conocía todas sus costumbres, pero, aun así, estaba preocupado.

Se levantó e hizo lo mismo que en días anteriores. Se pasó la mañana en el café St. Luke’s, enviando recados y recibiendo informes.

Preguntó a todos si habían visto o sabían algo de Cora, pero nadie sabía nada. Envió a alguien al Sun para hablar con Peg la Rápida, pero la niña también había permanecido ausente toda la noche y nadie la había visto.

Por la tarde, se dirigió a pie al Covent Garden y recorrió las tabernas y los cafés, preguntando a las prostitutas y los camareros. Varias personas habían visto a Cora la víspera. Un camarero del Lord Archer’s la había visto salir con un acaudalado joven que llevaba unas copas de más. A partir de aquel momento, su rastro se perdía.

Fue a casa de Dermot en Spitalfields, confiando en que su amigo supiera algo. Dermot les estaba dando a sus hijos la cena a base de caldo de huesos. Se había pasado todo el día preguntando por Cora, pero no había conseguido averiguar su paradero.

Mack regresó a casa cuando ya había anochecido, confiando en que, al llegar a la buhardilla del almacén de carbón, Cora le estuviera esperando, tendida en la cama en ropa interior. Pero la casa estaba fría, oscura y vacía.

Encendió una vela y se sentó con expresión pensativa. Fuera, las tabernas de la High Street de Wapping ya se estaban empezando a animar. A pesar de que los descargadores de carbón se encontraban en huelga, aún les quedaba un poco de dinero para cerveza. Mack hubiera deseado poder unirse a ellos, pero, por motivos de seguridad, no acudía a las tabernas de noche.

Se comió un poco de pan con queso y empezó a leer un libro que Gordonson le había prestado. Era una novela titulada Tristram Shandy, pero no podía concentrarse. Más tarde, cuando ya estaba empezando a preguntarse si Cora habría muerto, oyó un tumulto en la calle.

Se oían gritos de hombres, rumor de gente que corría y un estruendo como de caballos y carros. Temiendo que los descargadores de carbón hubieran armado algún alboroto, Mack se acercó a la ventana.

El cielo estaba despejado y brillaba una media luna que iluminaba perfectamente toda la calle. Unos diez o doce carros tirados por caballos estaban bajando por la desigual calzada de tierra en dirección al almacén de carbón. Los seguían varios hombres que proferían gritos, a los cuales se estaban uniendo los que salían de las tabernas.

Al parecer, habían estallado unos disturbios. Mack soltó una maldición. Era lo que menos les convenía.

Se apartó de la ventana y bajó corriendo a la calle. Si pudiera hablar con los hombres y convencerles de que no descargaran el carbón, quizá podría evitar los actos de violencia.

Cuando llegó a la calle, el primer carro ya estaba entrando en el patio del almacén.



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